Las puertas de la ciudad se cerraban al ponerse el sol. Para que los rezagados no se quedasen fuera, las murallas tenían una pequeñísima puerta, por la que podían entrar uno a uno.
A esta puerta se le llamaba “Aguja”. Junto a la puerta de la Atarazanas vemos esta puertecita, que es la aguja a la que se refirió Jesús cuando afirmó “más fácil pasa un camello por el ojo de una aguja, que un rico entrar al reino de los cielos”.